sábado, 3 de noviembre de 2012

Partícula para eucaristizarnos – Noviembre 2012 1 NOVIEMBRE 201


«¿Habéis visto cómo preferimos de ordinario arrepentirnos y lamentarnos del mal que otros hacen a arrepentirnos del que nosotros hemos hecho? ¿No os parece sospechoso, por lo menos, ese arrepentimiento?» (En busca del Escondido, 7ª ed., p. 65).


«El padre Isaac fue un día a un cenobio; vio pecar a un hermano y lo condenó. Cuando salió al desierto, un ángel del Señor se detuvo ante la puerta de su celda y le dijo: “¡No te dejo entrar!”. “¿Por qué?”, dijo él. El ángel le respondió: “Dios me ha enviado a preguntarte: ¿Adónde ordenas que eche al hermano caído al que tú has juzgado?”. Inmediatamente Isaac se postró y dijo: “¡He pecado, perdóname!”. Le dijo el ángel: “Dios te ha perdonado; pero, de ahora en adelante, abstente de juzgar a alguien antes de que lo haya hecho Dios» (Apotegmas de los Padres del desierto).
«El fariseo decía: Te doy gracias porque no soy como ese publicano…»  (Lc 18,11).
Aun hoy día, entre nosotros, decir a una persona farisea es llamarle hipócrita y mentirosa, por eso nadie quiere llamarse así, pero esto no significa que este tipo de personas, como tales, hayan desaparecido.
El fariseo de hoy y de ayer siempre es el mismo. Una persona satisfecha de sí misma y de lo que vale, tan creída de que es poseedora de la verdad que en ella se apoya para juzgar y condenar, para reclamar el arrepentimiento, para exigir el cambio en los demás.
El fariseo no espera nada de Dios, ni tiene nada que pedirle, no necesita nada de Él, solo hace ostentación de su crédito ante Dios y de su desprecio por los demás. Todo lo hace bien.
Son personas que no se arrepienten de nada, ni creen que tienen que corregirse y su dedo siempre está acusando a los demás. Estas personas decepcionan a Dios, no pueden conocer su mirada compasiva.
Jesús pone un ejemplo de la vida para explicarlo «No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos», o sea, quien se considera enfermo acude al médico. No necesita acudir a Dios para pedir perdón quien en su fondo se considera bueno.
Posiblemente el mal más grande de nuestra sociedad es que queremos cambiar las cosas, lograr un mundo más habitable, pero sin cambiar nosotros, y somos incautos si, verdaderamente, creemos que se puede transformar lo demás si no empezamos nosotros por cambiar.
También los creyentes, los que pertenecemos a un grupo eucarístico, podemos correr el riesgo de creer que no somos «como los demás».
Por eso «necesitamos humildad para reconocer nuestros límites, nuestros errores y nuestras omisiones, a fin de poder formar verdaderamente un solo corazón y una sola alma» (Benedicto XVI, Homilía, 24/10/2010).
Esta es la persona que se considera necesitada de arrepentimiento, que no se deja arrastrar por la ilusión de la inocencia personal y la actitud de condenar a los demás. El verdadero seguidor de Jesús sabe y cree en la compasión de Dios para sí mismo y para los demás.
D. Manuel González, «al recorrer los pueblos de su diócesis y al perderse por el laberinto enmarañado de aquellas callejuelas de los barrios bajos de Málaga, se escapaba de sus labios el mismo lamento de Jesús “Me da pena este pueblo”… Como no supimos amarlo aprendió a odiar, si se apartó de Dios fue porque le faltaron pastores» (El Obispo del Sagrario Abandonado, 6ª ed., pp. 246, 250).
Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.

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